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El Deseo De Medianoche

Actualizado: 17 feb




¡Bienvenidos a un nuevo cuento!, espero que les guste. Xoxo, Emma


Nick siempre se sintió solo. Era muy diferente del resto de los adolescentes de su edad y no lograba encontrar su lugar en la sociedad. El contacto social le causaba demasiada ansiedad, lo que lo llevaba a aislarse constantemente de la gente.

No era algo nuevo. Desde temprana edad, había tenido problemas para comunicarse con los demás. En el jardín de niños, se sentaba en la alfombra, en una esquina de la sala, con los brazos alrededor de sus piernas y la barbilla apoyada en sus rodillas, pasando horas en posición fetal, observando el bullicio del lugar, ajeno a todo.

Su madre, preocupada, no sabía qué hacer. Por eso, Nick pasaba de terapeuta en terapeuta, pero nadie comprendía al pobre niño.

Una tarde, de regreso de una de sus terapias, Nick se detuvo en seco frente a la vitrina de una tienda de antigüedades. Su madre intentó, en vano, que el pequeño continuara caminando, y cuando, desconcertada, soltó su mano, él se apresuró a entrar sin dudas, al interior de la vieja tienda.

Con pasos firmes, se dirigió directamente hacia un peculiar muñeco. Un muñeco de trapo, con una especie de lana por piel. Se lo notaba antiguo, aunque en muy buen estado, y su estilo rememoraba un tiempo lejano. Llevaba unos zapatos negros tejidos que simulaban mocasines con cordones. Su pantalón de gabardina azul, abotonado a la cintura, tenía unos hermosos herrajes unidos a los pequeños tiradores que fajaban su camisa de manga corta, con los dos primeros botones del cuello desabrochados y desalineados. Nick siempre recordaría lo largos que eran los brazos y las piernas del muñeco, casi de su estatura. Aunque solo tenía cinco años en ese entonces, ya medía un metro veinte, bastante para su edad, y el muñeco lo igualaba en altura.

Lo que más llamó la atención de la madre de Nick fue la expresión del muñeco. Debajo de una boina con visera levemente torcida hacia la derecha, y entre los mechones de pelo violeta con destellos lavanda, dos enormes ojos verdes brillantes parecían mirarlos con asombro. La madre quiso salir corriendo de allí, pero Nick se abrazó de inmediato al muñeco. Él sentía su llamado, aunque no dijo nada, porque sabía que nadie jamás le creería.

Esa noche fue la primera en su corta vida en que durmió en paz, abrazado fuertemente a Ryo, su nuevo mejor amigo. Y su único amigo.

 

La vida de Nick cambió radicalmente a partir de aquel momento. Él y Ryo se volvieron inseparables. Aunque seguía aislándose de los demás, Nick regresaba feliz del jardín de niños, y lo primero que hacía era contarle a su amigo todo lo que había sucedido en el día.

Los terapeutas le dijeron a la madre de Nick que esa relación con el muñeco tampoco era saludable, pero ella, al ver a su hijo feliz por primera vez en mucho tiempo, decidió no interferir.

El tiempo pasó, y solo Ryo parecía comprender a Nick. El muñeco escuchaba estoicamente los problemas que surgían en la primaria: cómo las maestras se enojaban porque no hablaba ni participaba, bajándole sus notas perfectas. Pero Nick escuchaba las palabras de consuelo de Ryo, quien le decía lo inteligente que era y que no necesitaba la aprobación de ningún adulto para seguir siéndolo.

Así llegó la secundaria, y todo empeoró nuevamente. Comenzó luego de algunos días de iniciadas las clases, cuando Nick regresó a casa con varios papeles pegados en la espalda. Lo insultaban, lo ridiculizaban, le tiraban los libros al suelo.

Pero Nick nunca respondía. Al llegar a casa, se abrazaba a Ryo, apoyando la cabeza en su regazo, y le narraba entre lágrimas todas sus miserias.

Los años pasaron y, mientras Nick crecía, enfrentaba las mismas dificultades por encajar. Pero él sentía que con Ryo a su lado, abrazado a su pecho por las noches, los problemas simplemente desaparecían y el mundo no parecía tan hostil. Cada noche Nick le susurraba a Ryo sus miedos, sus sueños, sus traumas y problemas, y aunque Ryo realmente nunca respondía a los ojos de su madre, su presencia silenciosa parecía bastarle para calmar el caos en su mente. Pero lo que la madre no sabía era que Nick sí escuchaba a Ryo, y mantenía con él una charla continua y natural.

Sin embargo, aunque intentaba todos los concejos de Ryo, nada detenía a los bullies.


Después del último golpe que recibió aquel día, Nick se derrumbó en su cama. Abrazado a Ryo, lloró desconsoladamente. Es que no sólo le dolían la cara y las costillas, también lograron sumirlo en la desesperanza, a tal punto que vió por primera vez a Ryo por lo que todo mundo lo veía, un muñeco. Ese solo pensamiento bastó para que se desesperara aún más y no lograra detener las lágrimas que emanaban de él a raudales. Nick, con su rostro contra Ryo, empapó de lágrimas el corazón del muñeco. Sus grandes ojos verdes parecían reflejar la tristeza del muchacho cuando la madre los observó desde el umbral de la puerta de la alcoba. Quiso entrar a consolar a su hijo, pero al verlo quedarse dormido entre sollozos no pudo hacerlo. Al cerrar la puerta un susurro llegó a sus oídos “Deseo, con todo su corazón, que puedas abrazarme. Deseo poder darte vida, la vida que yo no puedo vivir porque no encajo. Ojalá fueras real, porque te amo”

La madre de Nick lloró toda la noche. No encontraba consuelo ni forma de auxiliar a su hijo, y aquello la dejaba devastada.

Pensó levantarse temprano y prepararle un desayuno sorpresa, luego irían a pasear a un museo. No lo enviaría a esa horrible escuela. Estaba decidida a denunciar a los directivos y a los alumnos que atacaban a su hijo. Con una sonrisa en el rostro, y una bandeja llena de delicias y una leche caliente, llamó a la puerta de la habitación de su hijo. Cuando ésta se abrió, un estruendo retumbó en toda la casa y el desayuno quedó sembrado en el suelo de la entrada de la alcoba.

La madre ahogó un grito con ambas manos mientras sus ojos, desorbitados de terror, observaban la terrible escena: Un muñeco de trapo, con los ojos brillosos de tristeza, la observaba sentado desde un rincón de la cama. Llevaba las prendas de su hijo, las que Nick vestía la noche anterior, y mostraba una sonrisa llena de alegría. Abrazado al muñeco se encontraba un muchacho de cabello violeta, con destellos lavanda, ojos verdes esmeralda muy grandes, y ropa antigua. Con una dulce voz entonaba un arrullo en una lengua extraña, mientras abrazaba al muñeco. Al escuchar el ruido del desayuno estrellándose en el suelo se dio vuelta inmediatamente y, mirando fijamente a la mujer, le dijo - ¡Buenos días mamá!- Luego de unos segundos agregó - Qué lástima que se te cayó el desayuno, Nick y yo tenemos mucha hambre hoy. ¿Quieres que te de una mano? Verás que con mi ayuda pronto limpiaremos este desastre- y dirigiéndose al muñeco, agregó- Tu no te preocupes, Nick. Yo la ayudaré ya que tú no puedes moverte ahora. ¡Ya verás como Ryo se ocupará de todo!...¿Cómo dices?... Pues claro, ¡yo tambien te amo Nick!-


-Vamos, mamá. Limpiemos juntos esto- 


Fin

Emma Rodstone

 
 
 

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